Buenos días.
Vamos con la segunda entrada dedicada al cine, y en esta ocasión, la cosa va de vampiros. Sí, estoy escribiendo sobre 30 días de oscuridad.
Si últimamente el cine de terror se está diversificando en cuanto a los “malos” pues encontramos monstruos indefinibles, zombies, psicópatas, sectas y otros menos habituales, los vampiros, que siempre han ocupado un lugar privilegiado en el cine de terror, son los protagonistas de una película que podía haber sacado más partido del escenario donde se recrea.
La idea original es buena, por lo menos a mi juicio, pues se desarrolla en un pueblo perdido de Alaska donde se alternan meses sin noche con meses sin días, o lo que lo mismo, sin luz solar. La película comienza justo en el último día de luz y plasma (o lo intenta) la vorágine que un grupo de vampiros cometen durante los siguientes 30 días y cómo un grupo de ciudadanos sobreviven durante ese mes esperando a que el día vuelva a ser tal. Hasta ahí y sobre el papel, vale, puede interesar. Pero la película hace aguas por muchos lados.
En primer lugar, nadie sabe de dónde vienen los vampiros ni qué han hecho o dónde se han ocultado durante el mes previo. Envían a una especie de “adepto” (como el personaje de Renfield en el Drácula de Stoker) o ghoul (algo así como sirviente vinculado por sangre según La Mascarada, el juego de rol) que de repente aparece en ese pueblo para desarticular la red eléctrica y así evitar que sus señores, los vampiros, sufran daño. Vale. Pero ¿por qué matan los perros? Es un misterio.
Una vez hecho esto, llegan los vampiros al pueblo y se desata una masacre. En apariencia los vampiros deambulan a sus anchas por todas partes y los supervivientes se agrupan en un bar al cual no acuden los vampiros (serán alérgicos a los bares, supongo) y durante 30 días, en un pueblo que tiene 152 habitantes o lo que es lo mismo cuatro casas, son incapaces de encontrar a los supervivientes. E incluso llegan a usar a una niña como cebo para que salgan de su escondite y así cazarlos. Alguien puede pensar que no buscan porque les afecta el frío pero luego los ves por la calle en mangas de camisa o con vestiditos de verano.
La atmósfera que se pretende crear de claustrofobia, de incapacidad para poder escapar del pueblo no se consigue en toda la película siendo el final muy previsible. La intención de generar desesperación en los supervivientes tampoco se consigue y además, la secuencia final es muy pastelera (digna de una película de A3 o T5 un sábado por la tarde).
Con todo, tiene algo bueno, al menos para mi gusto. Los vampiros no son los clásicos seres sofisticados, glamorosos, vanidosos que se sienten superiores a los humanos. Son depredadores sin escrúpulos que entienden al humano como comida, sin más. Y ese, según se desprende en todo el metraje, es su motivación y objetivo (curioso, cuando menos, el detalle de estar siempre manchados de sangre, algo impensable en un vampiro de Ann Rice o de la Hammer). ¿Qué sucede después? Es todo un enigma, supongo que para dar motivos para una secuela y de ser así, me preguntaré porqué producen semejantes películas.
Resumiendo: carne de DVD.
Desde un oscuro rincón de la Biblioteca de Miskatonic...
Juanitoblazer